Archivos del mes: 22 noviembre 2013

Cuando el proyecto no sale

ArenaHoy tengo ganas de seguir hablando de momentos, de momentos ante el proyecto que lo son también ante la vida. De actitudes y de estrategias. De guiones y protocolos marcados y de la práctica, de la aplicación de esas teorías.

¿Qué sucede cuando te han encargado un proyecto, tú lo trabajas pero aquello no sale? Normalmente esto ocurre al principio. Vas dibujando, pensando, probando, dándole muchas vueltas y él, poquito a poquito, va tomando forma. En algún momento de mi carrera aprendí que siempre sale. Que parece que no, pero basta con trabajar y tener la certeza de que ahí está, sólo hay que acabar de descubrirlo.

Cada nuevo diseño me daba la razón. Especialmente, aquéllos que se hacen los remolones, que te hacen dudar de tu capacidad, los enrevesados. Porque con trabajo acababa llegando la inspiración.

Y lo mismo sucede ante las dificultades diarias. A veces nos angustian, nos provocan malestar y corremos el riesgo de que la negatividad y la desesperanza se lleven nuestra capacidad de trabajar para encontrar el camino adecuado, la salida. ¿Alguna vez el miedo te ha bloqueado y te ha provocado una obstrucción en el pensamiento? Ésta puede ser la causa de que no encontremos la salida, el diseño adecuado a todos los requisitos.

Tengo la sensación de que existe una serie de corrientes que defienden la actitud positiva (yo las sigo, claro). Abogan por mantener la esperanza, el optimismo realista y la motivación. Amparar la convicción de que vamos a encontrar la solución adecuada. De este modo, podremos dar lo mejor de nosotros mismos.

Pero al mismo tiempo debemos ser cautelosos con este “positivismo”. Y escuchar nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestras emociones. ¿Y si pasamos por una etapa de tristeza? En ese momento una de las opciones es decirme que estoy alegre, que voy a ser una mujer positiva, ponerme a dar saltos y forzar sonrisas para que mi fisionomía llame a mi estado emocional… ¡Peligro! No podemos hacer caso omiso a nuestras emociones, a las señales que nos lanzan. Porque si las negamos, se convertirán en fantasmas, seguirán estando, pero en la sombra, donde yo no pueda verlas. Las gestionaremos mejor si las miramos de frente, reconocemos que están ahí.

¿Y si dejo el lápiz por un ratito y me pongo a llorar? Y reconozco que me siento triste. O acepto que estoy enojado y entonces camino enérgicamente por mi despacho, moviendo brazos arriba y abajo. Mirando cara a cara esa ira que ha venido a visitarme. O, valientemente, reconozco el miedo que siento y recuerdo que esto es humano y que no pasa nada por tenerlo.

A esas emociones les pongo nombre. Si no hay nadie más delante, les hablo en voz alta. Sitúo, incluso, en qué parte de mi cuerpo se han colocado. ¿En la boca del estómago? ¿En la garganta? Y observo, incluso, su color, su forma, su textura y su sonido.

¿Cuál es tu emoción “amiga”? ¿El miedo, la ira o la tristeza? La mía, la tristeza. Casi nunca en mi vida siento enojo o temor (creo). Por eso ando siempre trabajando la actitud positiva, la alegría, el entusiasmo y el júbilo. Me entreno a menudo, hasta el punto de que las personas que me conocen dicen que soy una alegre y entusiasta. Me lo he ganado a pulso.

Y cuando llega la tristeza, le abro la puerta y le dejo que se quede un ratito conmigo. Lloro si hace falta. Me hace daño cuando se cuela por la ventana y yo no la veo, porque no he escuchado las señales y he dicho que soy muy positiva y estoy contenta. Por eso procuro abrirle la puerta. Incluso, le invito a un café. Estamos juntas, charlamos, siento el dolor que me causa –que no sufrimiento- y luego se marcha, satisfecha, ya ha cumplido su labor.

Y mi casa está de nuevo limpia y dispuesta para recibir, de nuevo, al contento y a al gozo por la vida, musas que me ayudarán a sacar este proyecto que hace un rato parecía que no iba a salir.

Proyectos locos

Proyectos locosRecuerdo que un profesor de la universidad en una ocasión nos comentó que un arquitecto proyecta de manera diferente dependiendo de su estado de ánimo. Estoy convencida de que así es. Y no sólo en nuestra profesión, lo es en todas aquellas en las que se pone en práctica la creatividad.

¿Y es acertado dejarse llevar por las pasiones e imprimir nuestras emociones en la obra? Ésta puede llegar a ser, incluso, una vía de catarsis y preñarse de esos sentimientos.

¿Vivimos siempre con el arrojo necesario para tomar cierto tipo de decisiones? Especialmente, si son arriesgadas, vitales para nuestra obra.

¿Y si nos volcamos en un diseño innovador, osado, atrevido hasta límites insospechados y, a continuación, le mandamos la propuesta a nuestro cliente? Como si de un acto impulsivo se tratara. Con todos los bocetos. Según algunas opiniones, en caliente.

Si el cliente acepta, puede ser la obra de su historia, ¿quién se atreve a construir algo así? Se dice que no, pasarás a la historia como el arquitecto que le hizo la propuesta de su vida. No se atrevió a llevarla a cabo porque suponía un riesgo demasiado algo. Debería invertir todo su dinero y arriesgar cuanto tenía. Comprometer, incluso, su reputación.

Para dar el paso hace falta creer en el proyecto, que parece descabellado, confiar en que se llevará a cabo y saber que su resultado te hará feliz el resto de tu vida.

Mientras tanto tú te quedas en el despacho, inquieto. Intentando no pensar demasiado en el tema porque te colma de vértigo. Dedicas tu tiempo y tu trabajo a tus otros clientes. Los fieles, los que apuestan por ti y consiguen con sus encargos que tu despacho funcione. Gracias a ellos puedes vislumbrar un futuro apacible.

¿Y si dice que sí? Si dice que sí, mi querido arquitecto, tendrás dos opciones. La primera, retractarte. Fallar a tu palabra y a las expectativas que tú mismo habías generado en el cliente mediante los cuidados bocetos y la propuesta. Ser cobarde y renunciar al diseñar el proyecto de tu vida por el riesgo técnico que supone. Acongojarte –quizá por primera vez- ante un reto.

¿Y si te dice que sí y te lanzas? Tu primera tarea será llamar a tus fieles clientes y decirles que los dejas, que no continúas con sus proyectos, a pesar de que habían creído en ti. Apostado por ti en todo momento, pudiendo estar con otros técnicos.

Querido arquitecto, tú que te has arrojado a cuanta aventura profesional te ha lanzado la vida, ¿te atreverías con ésta? Llegados a este punto creo que la respuesta está en uno buscar una respuesta. Quizá la vida se encargue de poner orden –como siempre- ante esta situación. Continúa trabajando en los diseños de tus buenos clientes. Atiéndelos como se merecen. Y, en caso de que el otro conteste, ya decidirás a qué proyecto te dedicas.

Redescubriendo

kataraLas chicas ya han vuelto a casa. Después de este regalo que ha durado dos semanas y que queda para siempre vuelvo a mi rutina. Más contenta, con el entusiasmo renovado y el alma refrescada. Claro, estos días han dado para mucho. Visitamos Dubai, estuvimos en el desierto y descubrieron Doha. Ellas, yo la redescubrí.

Cuando algo siempre está ahí solemos relajar en interés. Sin embargo, cuando sabes que ese tiempo concluirá te lanzas a disfrutarlo. Como tu ciudad. Yo viví ocho años en Valencia y la mayoría de los grandes descubrimientos y disfrutes de ésta los hice cuando tenía visita. Las chicas del Erasmus, un novio que tuve u otros amigos en casa fueron la excusa ideal para salir a vivir Valencia.

Lo mismo me ha sucedido aquí. El entusiasmo de mis amigas me ha llevado a enseñarles con ilusión los lugares más representativos de Doha. Y así, estuvimos en el Souq Waqif, Corniche, el Museo de Arte Islámico, la Perla, la West Bay y Katara. Pero ellas superaron estos sitios característicos y fuimos más allá. Doha es una ciudad pequeña. No hay tanta oferta cultural y de ocios como otras urbes. Especialmente, si la comparamos con Dubai. Pero tiene mucho para brindarnos.

En primer lugar, a ojos de un europeo, resulta pintoresca y genuina. A diferencia de Dubai, la cultura musulmana se respira en sus calles. Los qataríes, vestidos con su gutra de color blanco nuclear y las qataríes en abaya negra, forman parte del paisaje urbano.

Por otra parte, existe un mundo que para mí había sido casi desconocido: los hoteles. Lugares en los que se sirve alcohol, la gente viste de un modo muy occidental y no hay vigilantes para que los caballeros no molesten a las señoritas. Éste ha sido uno de mis grandes descubrimientos. En este año prácticamente no he salido a pubs o discotecas ni he bailado. No era consciente, pero lo había echado de menos. Y me he dado cuenta –gracias, nenes– de que existe toda una oferta de ocio dentro de esos hoteles. Y que además, los precios son asequibles.

En cuanto a la gastronomía, cada día comíamos lo habitual en Oriente Medio: hummus y mutabel con pan árabe. Aquí están presentes como aperitivo en muchas comidas y son como una especie de paté hecho a base de aceite de oliva y garbanzos o berenjena. También, ensaladas, baba ganoush (una mezcla de verduras) y falafel, que son unas bolitas hechas a base de garbanzos y verdura. Y como plato, entre los más característicos, el shawarma. Hasta yo, que he sido vegetariana durante seis años, me he animado a comer shawarmas de pollo.

Como bebidas, los zumos de frutas naturales. Y el rey, el lemon mint. Mis amigas, además de haberlo preparado en casa, se han llevado la receta y el refrescante sabor en su memoria.

En definitiva, han sido dos semanas maravillosas. Disfrutando del amor que me han regalado cada uno de los días y re-conociendo la ciudad. Ahora propongo que cada uno de nosotros redescubra su ciudad. Con o sin visita. Siempre hay lugares que tenemos pendientes. Exposiciones, edificios, parques… y no lo hacemos porque pensamos que siempre van a estar ahí. ¿Nos animamos?

Dubai

Burj KhalifaMe siento contenta. Mis amigas han venido a visitarme a Doha. Carmen, Rosa y Joana me han traído la frescura de los Pirineos y yo las he recibido con el calorcito de Oriente Medio. Además de disfrutar aquí unos días, me han llevado a Dubai. Por fin he visitado la legendaria ciudad vecina.

Me ha impresionado esta urbe con la presencia de sus rascacielos, los centenares de personas caminando en todas direcciones, las luces, los aromas, los colores y la sensación de estar en Oriente y en Occidente a la vez.

Por sus calles discurre una vida mucho más cosmopolita que en Doha, que es mi referencia y la ciudad en la que he vivido el último año. El dress code se relajaba, el alcohol se servía en muchos restaurantes y nosotras nos vestíamos como lo habríamos hecho en España. Una multitud de gente de diferentes culturas protagonizaba el paisaje urbano y en algunas zonas la llamada a la oración era el único recordatorio de que nos encontrábamos en un país musulmán.

Risas, complicidad, cariño y entusiasmo nos guiaban a las cuatro cuando paseábamos por los enormes malls, por los zocos, las playas y los restaurantes.

Me ha impresionado especialmente lo que el ser humano ha sido capaz de erigir en tan pocos años. Infinitos rascacielos, el centro comercial más grande del mundo, un hotel de siete estrellas, la fuente más larga, una urbanización en lo que fue mar, calles y canales que han sustituido en pocas décadas lo que eran hectáreas de desierto y… ¡el gran protagonista! El Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo y la estructura construida por el hombre más elevada de toda la Tierra, con sus 1.022m de altura, según nos explicaron en la visita.

Llegamos el segundo día de nuestro viaje a Dubai. Habíamos reservado las entradas y fuimos a recogerlas. Nos atendió un amable dubaití, sonriente y vestido con el traje nacional (similar al que utilizan en Qatar). Teníamos las entradas en la mano y… ¡comenzaba la aventura! Después de un recorrido en el que nos explicaban las fases de la construcción del edificio, iniciado en el año 2.004 e inaugurado en el 2.010, el ascensor nos elevaba hasta la planta 124 en un solo minuto. Era cómodo pero si pensabas lo que estabas recorriendo, la sensación era estremecedora.
Una vez arriba disfrutamos de las vistas, disparamos con nuestras cámaras y hasta colgamos algunas fotos en facebook en tiempo real.

A pesar de encontrarnos a mitad de la altura, en la planta mirador, veíamos las cubiertas de los rascacielos de la ciudad. Los canales artificiales se dibujaban en el desierto y los coches nos parecían miniaturas. El cerramiento de vidrio nos permitía observar todo el perímetro. Como si voláramos en un avión o navegáramos por Google Earth.

Comencé a visualizar cómo se debió de llevar a cabo la ejecución material de ese proyecto. No pude imaginarlo. Pensé en los operarios que habían colocado el vidrio, en los que habían fijado las barandillas de la terraza, en aquellos que remataron las fachadas y me sentí tan abrumada que tuve que dejar de imaginarlo.

¿Cómo treparían los andamios? ¿Y las grúas? ¿Cómo transportarían todos los materiales y la maquinaria? ¿Y los técnicos? El diseño, la estructura, las instalaciones… ¡resultaba vertiginoso! De hecho, a lo largo del edificio existen siete niveles mecánicos, es decir, plantas completas destinadas a albergar «solamente» instalaciones.

El Burj Khalifa me pareció realmente un proyecto faraónico.

Tan impactada estaba con estos pensamientos que decidí dejarlos de lado y continuar disfrutando de la visita con la compañía de mis amigas, así como hice el resto del viaje. Un viaje especial, en el que he descubierto Dubai y en el que he redescubierto a Joana, a Rosa y a Carmen, unas extraordinarias compañeras de aventura. ¡Gracias, amigas!