DONDE LA VIDA NOS COLOCA

Volver a escribir. No sabía que lo haría, me he encontrado pausada durante años. Creí que no lo iba a retomar, no lo necesitaba. Porque las palabras siempre han supuesto una integración para mí, y porque han sido ellas quienes me han buscado. Nunca al revés. Si andaba tras ellas, no salía. Lo intenté y no salía. Es mejor que se presenten y si no acuden, aceptarlo.

Tan aceptado lo tenía que creí que no volverían. ¿Y qué escribir? Pues no lo sé… que lo digan ellas. Sin prisas, sin ruta, sin pautas.

Reviso el blog. Dos textos compartidos desde 2017. Casi anecdóticos, pues no he escrito nada. Tampoco para mí. Tampoco para nadie. Decidí vivir en lugar de contar.

Desde entonces, casi seis años han transcurrido. Publiqué mi libro, sí, pero consistió en una tarea de revisión y edición más que de escritura. Y he vivido. Vivido sin contarlo. Un regreso a España, un reinventarme (como dicen ahora) profesionalmente. Asentarme en una ciudad y lo más importante: encontrar el amor. Quizá por esto no he escrito y me he dedicado a Vivir.

¿Y ahora qué? No quería seguir escribiendo sobre mí. Eso ya lo he hecho (y mucho). Descubrí que me gusta que me lean y exponerme más de lo que quisiera que me gustara. Esto va con mi carácter, algo egocéntrico y fatuo. Y ya que estaba trabajando para que las pequeñas neurosis no me dirigieran los pasos, ni me consumieran tal cantidad energía, dejé de escribir sobre mí. No obstante, aunque ya no me coloque -tanto- en el centro del universo, seguiré utilizando mi punto de vista, la subjetividad con la que veo el mundo, la carga emocional que todavía me mueve y un umbral de sensibilidad tan bajo, que me crea multitud de inconvenientes. Con todo esto, volver a escribir.

¿Y sobre qué escribir? Pues sobre la vida, que es lo que hacemos todos los que “creamos”.

¿Y dónde nos coloca la Vida? Donde Ella sabe que es nuestro lugar. Y no con el objetivo de aprender una lección, como está de moda leer en los libros de autoayuda y en algunas corrientes de la New Age. Más bien, con el impulso de reequilibrar, de reequilibrar fuerzas.

El caso es que es la Vida quien nos coloca. ¿Has notado esos momentos donde estás “donde te toca”? Y no porque tienes un deseo (¿infantil?), o porque hiciste una promesa inconsciente a tus padres de pequeño, o porque el lugar desprende elegancia y sofisticación. Me refiero a notar que ese es TU sitio porque te lo confirman todas las células de tu cuerpo. El cuerpo sabe. Posee una sabiduría mucho más profunda y real que la que se oye en el interior de nuestra cabeza. Los pensamientos, aparte de estar un poco locos, no saben tanto. Algunos de ellos hasta van de intelectuales, pero NO SABEN. El cuerpo sí conoce. Es el inconsciente, la intuición, es la información que poseemos sin saber que está. Y es enorme. Cuando empezamos a escuchar -y hay que decidir hacerlo, porque no suele ocurrir de manera espontánea- comenzamos a percibir hacia dónde nos conducen esas fuerzas que reequilibran.

¿Qué pasa si las desoímos? Que no sale. Así de fácil. En el ámbito laboral, si desarrollo un trabajo donde me ha colocado un deseo infantil o el empeño en demostrar algo a la sociedad, no va a llegar el éxito. Me equivocaré y habrá algo que no salga. Tropiezos, incidentes, cansancio, torpeza, “mala suerte” … por mucho empeño que yo le ponga. ¡Ay, el empeño! Cuando elijo sin escuchar al cuerpo, necesito dedicar un gran esfuerzo, ahínco y sacrificio para desarrollar los cometidos. Cuando me sitúo donde la vida me coloca, “la tarea sale sola”. Únicamente he de estar al servicio. Porque, señores, el trabajo consiste en ponerse al servicio y funciona también como una (importante) actividad que reequilibra. Es una manera de devolver (a la sociedad) lo recibido. Que es mucho.

Y así, aquí, sin conclusión ni preguntas finales lo voy a dejar por hoy. Que sirvan estas palabras como introducción de unas futuras reflexiones que yo todavía no sé qué camino tomarán. Si has llegado hasta el final, puedes imaginar por dónde irán los tiros esta vez (probablemente, mejor que yo misma).

Utilizaré este blog para compartirlas. Ya sé que los blogs no se llevan, que la gente no lee más de ciento cuarenta caracteres. Que son más populares los vídeos, o mejor aún… los reels. El caso es que a mí la vida me pide que escriba.    

ETERNA MARSELLA

936DAAE2-B9CF-488E-B929-702EADC85A7F

Ayer llegué a Marsella, la ciudad que me acogió durante mi año Erasmus hace ya mucho tiempo. Una urbe con dos mil seiscientos años de historia y tanta personalidad no cambia mucho en en quince años más, aunque Francia haya invertido en sus infraestructuras o aunque en 2013 la nombrasen Capital Europea de la Cultura.

Marsella no ha cambiado. Yo he cambiado. En aquel momento, llegué aquí asustada, sin haber salido antes de casa y sin hablar el idioma de este país. Sin saber muy bien cómo, me planté en la que llaman “las puertas de África”. Con su puerto natural y su carácter cosmopolita, ha supuesto el punto de llegada para muchos migrantes que arribaban de todo el Mediterráneo y, en especial, del Maghreb. Unas puertas que no han sido solo de salida, pues el tránsito ha circulado en las dos direcciones y fueron precisamente los años de protectorado los que ocasionaron gran parte de la mezcla. Una mezcla y un intercambio que -en mi opinión- el país no ha sabido gestionar ni integrar, pero esa es otra historia.

El caso es que Marsella es el resultado de años de coctel cultural. Sus calles muestran un amalgama de gente, un batiburrillo de idiomas y una mezcla de perfumes y sabores. Especialmente, de origen maghrebí. Esta cuestión, fuente de riqueza indiscutible, se confunde a veces -o se quiere confundir- con otro hecho: la delincuencia de sus calles.

Como por toda ciudad portuaria, discurren gentes que están de paso. Van, vienen, se mueven y poco les importan las consecuencias. Por el Vieux Port han entrado desde siempre huidos, buscavidas y malhechores. Se dice que es la ciudad francesa con mayor índice de delincuencia. Y, aun sabiéndolo, ayer me timó el taxista nada más llegar. Me cobró veinte euros por un recorrido ridículo, tras dejar a dos pasajeras recién llegadas de París, con las que me invitó a compartir vehículo, y alegando que el centro estaba cerrado por obras. Qué bien le vino al muy conard que hubiera calles cortadas, con furgonetas de policía y gendarmes armados, para hacernos bajar del taxi. Y yo estaba tan emocionada por mi llegada, que no me di cuenta de que él ya lo sabía y así lo había planeado, pues no era necesario para nuestro recorrido pasar por ahí. Se había aprovechado de neutra confusión (y sí, también de mi entusiasmo). Nos había timado. Mariángeles, asúmelo, es el precio del turista, no te las des de tan viajada, que no controlas estos códigos.

Por cierto, el taxista me tuteó y también lo hizo la dueña de la casa donde me alojo. Y ella me dio dos besos al conocernos. Últimamente viajo con frecuencia a París y es en la comparación donde aprecio más el carácter desenfadado y cercano que hay aquí, en el Midi francés. Aunque me sentí muy cabreada con el conductor porque tuve que andar treinta y cinco minutos, sí resultó muy interesante el paseo. Primero bordeé el Vieux Port, que se encontraba atestado de gente que disfrutaba de las terrazas y de la temperatura. Luego anduve hasta la Fausse Monnaie, atravesando las calles sinuosas y recorriendo las cuestas que peinan la ciudad.

Cuando vivía aquí, Marsella me daba miedo. Me alojaba en el campus, a varios kilómetros del centro y casi nunca venía a la ciudad. A veces soñaba que era de noche y yo me hallaba sola por las calles más antiguas, sintiéndome vulnerable y en situaciones de peligro. También me asustaba esa mezcla de culturas y de razas tan fuerte. No fui capaz de absorberla ni de integrarla. Una vez me perdí buscando una administración y acabé en un barrio que era África. Solo había personas de origen árabe y subsahariano. Vi señoras con hijab sentadas en la puerta de sus casas, bazares cuyos productos se salían de los locales y niños jugando y hablando en árabe. Mi cuerpo reaccionó con miedo por resultarme aquello tan desconocido. Probablemente anduve en círculos, pensé que todo el mundo me miraba porque yo era una intrusa en aquella zona y acabé el día alterada por el incidente. Todo ello, a pesar de estar saliendo con un chico argelino y de relacionarme con sus amigos. Pero lo hacía en mi contexto europeo, con mis códigos y mis costumbres. Eran ellos los quienes se habían integrado.

Más tarde la suerte me llevó a Oriente Medio. Allí transcurrieron cinco años de mi vida. Y sí, sí que me integré. Allí tuve (y mantengo) amigos árabes que me enseñaron lo que era su cultura y sus códigos, esta vez en su contexto. Entonces yo ya estaba preparada para disfrutar y enriquecerme con lo que aprendía. Me mantuve abierta (aunque no desde el principio) a lo nuevo que se presentaba.

Anoche, mientras recorría las calles de Saint-Lambert, recordaba a la joven que se asustó al descubrir tanta gente y tan variopinta cuando llegó a Marsella. Luego me vi en Doha, preparada para asimilar e integrar y hasta querer todavía más. Un poco más tarde, me descubrí viajando con frecuencia a París, descubriendo y redescubriendo desde otra prespectiva.

Vaya… quizá sí he hecho cosas en la vida, como me decía mi amiga Teresa hace pocos días. En las últimas semanas he tenido varios reencuentros con personas de mi juventud. Ha sido inevitable hacer balance, advirtiendo dónde están los otros y hacerlo ahora, que camino hacia los cuarenta. Al verlos, te das cuenta de lo que han realizado ellos y tú no (sí, ¡me he comparado!) y germina la duda. Pero el paseo de anoche me constató que he estado viviendo. A mi manera (cada uno tiene la suya) y convirtiéndome en una mujer con más experiencia. Ahora sí, puedo acercarme con tranquilidad y seguridad hacia los cuarenta y hacerlo con lo que he ido ganando.

Para no ponerme muy trascendental, voy a cerrar este texto compartiendo el sabor mediterráneo que estoy sintiendo. Me alojo en una casa junto al mar. La propietaria es una chica amable y muy interesante que trabaja como profesora de filosofía en un instituto. Además de alquilarme la habitación de su hija (que está estudiando en Toulouse), me cuida y me da conversación. Me quedaría más tiempo. Toda la casa está decorada con estilo provenzal y tiene grandes ventanas que dan al mar. Desde mi habitación, que es enorme, contemplo el Mediterráneo, con ese azul tan intenso, y oigo las cigarras y los pájaros que revolotean por la pinada que me separa de la costa. Hoy llega mi amiga Nahla, a la que no he visto desde hace quince años. Ella vive en Canadá y fue quien propuso, hace unos meses, este reencuentro tan deseado.

Gracias, Eterna Marsella.

 

NUEVA PIEL

0231D161-E8FD-4D45-9B8D-B4BFC083B3E9

FACHADA EN LAVA COVERLAM (GRESPANIA)

Tras casi cinco años viviendo en Oriente Medio y ocho meses de descanso en España, he comenzado una nueva aventura profesional. Resultó difícil tomar la decisión: quedarme en España. Me llevó tiempo darme cuenta de que ahora tocaba permanecer en casa y de que en este lugar podía haber un sitio para mí.

Una vez aquí (ya, en cuerpo y alma), habría que buscar un empleo, pero yo no quería ejercer la arquitectura al uso como hice antes de marcharme. La sola idea me repelía. Diseñar viviendas es una labor gratificante. Sí. También tratar con los clientes y visitar obra. Pero el trabajo como arquitecto es mucho más amplio. Abarca una labor administrativa tremenda. Requiere una parte comercial, burocrática y de organización que convierten esta profesión en una labor ardua.

Por otra parte, el proyecto, además de un diseño y una definición constructiva, comprende una masa infinita de documentos a elaborar. Son tantos y tan complejos que a mí me resulta difícil manejarlos todos con soltura.

La situación del mercado y, en concreto, en este sector, es por todos conocida. Si bien se ha activado el mercado y se vuelve a construir, somos muchos arquitectos, muchísimos más de los que el la demanda es capaz de absorber. Durante los últimos años los precios se han banalizado hasta límites insospechados. Una cuestión de supervivencia, supongo.

A estas razones para no trabajar como arquitecta se le suma la cuarta y más pesada de ellas: no quiero pasar mi vida encerrada en una oficina, trabajando de cara a un ordenador. No me entusiasma ni me hace feliz. Es más, me consume.

Y así es como comencé mi proceso de búsqueda (interior primero) para reenfocar mi vida y mi carrera profesional. En primer lugar, mi coach y amiga, que me ha acompañado durante todo el proceso, me encomendó preparar una lista. Una lista de puestos de trabajo que yo sería capaz de desarrollar con los recursos que traigo, es decir, con mi formación, mi experiencia y mis capacidades. Además, junto a cada uno de ellos debía escribir los prejuicios, sensaciones y otras cuestiones que me provocaran.

Durante las semanas que preparé este trabajo, la vida me envió a varias personas que me regalaron información desde su propia experiencia laboral. Mi amiga Cristina me contó cómo había reconducido su carrera hacia la enseñanza y cómo ahora se siente satisfecha. La idea de “hacerme profe” me resonaba.

Otra opción, claro, era la de trabajar como arquitecta y dibujé una cara que lloraba al lado de una pantalla de ordenador. Otra alternativa sería buscar un empleo en una constructora. No me atraía en absoluto. Ser jefa de obra, project manager o algo así no me sentaría bien. Supongo que sería capaz de defenderlo, pero no me haría feliz. La obra es territorio hostil. Aquí y en todas partes.

Una cuarta posibilidad que anoté consistía en pasarme a ventas. Sí, ser comercial. Comencé a pensar en ello desde que me lo propuso mi amigo Miguel, que es técnico comercial. Me sonó raro al principio, pero cuantas más vueltas le daba, más claro lo veía. Agente de ventas en el sector de la construcción. Sí… ¡sonaba muy bien!

Una vez que llegué hasta ahí, el proceso fue rápido, limpio y sencillo. Currículum, linkedin, entrevistas, y contrato. ¡Así!

Antes de que me diera tiempo a asimilar, estaba trabajando para una empresa líder en el sector de la cerámica. En el departamento técnico comercial. Trabajamos con los productos más técnicos: fachadas ventiladas, suelos elevados, gran formato. Estoy todavía en la etapa de formación y ya me he enamorado del producto. Cuando lo domine del todo, viajaré a Francia para asistir a los comerciales de allí con soluciones técnicas. Y también para presentar nuestra propuesta a los arquitectos de allí.

Me siento ilusionada y joven otra vez. Contenta con el equipo de trabajo. Con ganas de salir ya a la calle para explicar en el país vecino las bondades de esta piel que nosotros vendemos. Esta piel cerámica que se ha reinventado, que apunta hacia el futuro, que ofrece baldosas Coverlam de más de tres metros de largo por más de uno de ancho y que llega a espesores de tres milímetros y medio.

Sí, especializándome en una gama de productos, sí puedo seguir en la arquitectura. Y sí, saliendo a la calle, puedo seguir en la profesión.

Y así es por dónde ando. Compartiré mi andadura, anécdotas y cuestiones relacionadas con la arquitectura, las emociones y la cerámica. En esta nueva etapa.

EMOCIONES VERDADERAS O REVESTIDAS COMO PILARES

C1FD35E9-B8EA-4E35-BDF8-13AABC629A02

¿Mostramos nuestras emociones? ¿Somos conscientes de ellas? ¿Es posible que respondamos que sí y así lo creamos pero que en realidad no estemos conectados con nuestro interior?

Voy a explicarlo con una metáfora de las que a mí me interesan, una sobre elementos constructivos. Comenzaré con una pequeña referencia a unos pilares emblemáticos y enseguida regreso con las cuestiones emocionales.

El gran maestro Mies Van der Rohe proyectó el Seagram Building, que es un rascacielos ubicado en el centro de Manhattan y que fue construido entre el año 1954 y el 1958. Los pilares son metálicos, tal y como este arquitecto solía utilizar. Pero aparece una nueva variable: la normativa contra incendios no permite dejar los pilares de acero vistos, así que se revisten de hormigón. Viéndolos podrían parecer pilares comunes de hormigón (armado). Pero no quedaron así, pues el perímetro se revistió de cobre para hacer referencia al metal que en realidad había dentro.

3D568915-3F79-4FFA-9714-5F4D65D392B5

Detalle constructivo de los pilares del Seagram Building

Y yo me pregunto, ¿es posible que algunas personas no conectemos que lo que también tenemos dentro? Me refiero a necesidades, a emociones, a anhelos básicos. No los que se ven desde fuera, pues están envueltos por todo un revestimiento del tipo que sea. En los pilares del Seagram era de hormigón, en nosotros quizá sea una máscara social. Pero para rizar más el rizo, luego nos inventamos una cobertura metálica para enseñar al mundo nuestro carácter emocional. Pero resulta que ese cobre no es estructural, no resiste ninguna carga. Es mentira, puro adorno.

Voy a explicar mi caso como ejemplo. Es posible que yo no estuviera demasiado conectada con mis verdaderas emociones y carencias. Por alguna razón, esas eran enmascaradas con varios metros cúbicos de hormigón, que quedaran bien aislados los pilares verdaderos. Así yo no los veía ni los demás tampoco. Que quedaran tan recubiertas mis necesidades que pareciera que no existían. Es más, que pareciera que yo estaba rebosante y sobrada. Tan sobrada, que me quedaba para repartir por ahí. Para compartir con otros que sí tenían necesidades (no como yo, abundante y repleta de todo). Pues bien, esas emociones verdaderas se revisten. ¿Y luego qué? Luego envolvemos todo el pilar con una capa de cobre, que ya puestos a poner metal, que sea uno interesante y vistoso. A partir de ahí se crea un discurso que me acompañaría siempre y que tendría una imagen de lo más sugestiva. Viéndolo, todos “sabían” que yo era metálica, que diga, emocional.

Continuando con el gran Mies, viajamos en el tiempo hacia atrás y nos paramos en otra de sus grandes obras, el Pabellón de Barcelona, del año 1929, una edificación de belleza única y exquisita. De nuevo, nos centramos en los pilares. Otra vez nos encontramos con un elemento estructural “verdadero” y con un revestimiento. Lo que realmente sustenta la cubierta son unos perfiles de acero. Pero no se ven, estos están recubiertos por una chapa de acero cromado.

1FAA82D1-6779-4B57-ABCF-E26FB55B9837

Esta solución no es tan rebuscada como la anterior. Existen unas emociones que son las verdaderas pero no se muestran, más bien se envuelven con otras que quedan más vistosas. Aquí el proceso es distinto. La diferencia en este caso es que el pilar en sí sabe que la cara que los visitantes observan no es la de dentro, la real, pero es consciente de que en el interior hay algo distinto. Quizá no cromado, ni pulido como lo que se muestra.

¡Ay! ¡Si Mies levantara la cabeza! O si mis profesores se dieran cuanta de lo que hago con las enseñanzas que recibí en la escuela de arquitectura. En lugar de diseñar y proyectar aprendiendo de los grandes, me dedico a establecer conexiones con poco sentido que ni yo misma acabo de entender.

El caso es que esta inquietud la sentía desde hace un tiempo y necesitaba verbalizarla. Y aquí está. No sé si te habrás sentido identificado en lo de enmascarar las emociones, no ser consciente de ellas y crear -de manera subconsciente- otras nuevas y diferentes. Eso sí, puestos a diseñarlas, mejor que sean vistosas. O si te pasará alguna vez lo de nuestro segundo pilar, que hay unas por dentro y otras expuestas al público. En todo caso, creo que es conveniente que seamos conscientes de ellas, que al menos, nos demos cuenta.

 

DE POR QUÉ «WE ARE QATAR»

IMG_1521Hace ya más de tres semanas que el grupo de países liderado por Arabia Saudí cerró fronteras y lazos diplomáticos con Qatar. La cuestión de bloquear las fronteras por tierra, mar y aire resulta mucho más impactante en un país que cuenta con menos de tres millones de habitantes y que geográficamente se encuentra encajado entre sus vecinos del Golfo. Por tierra solo lindamos con Arabia Saudí, a la que citaré como Saudi, porque así la llaman aquí y porque el nombre entero resulta más largo.

La coalición formada por Saudi, Emiratos Árabes Unidos (Emiratos), Bahréin y Egipto sacó a sus embajadores y diplomáticos de Qatar; echó a los qataríes de sus tierras e instó a sus ciudadanos a regresar a sus países. Esto último, con la excepción de Egipto. Por cierto, en Qatar viven más de 200.000 egipcios según Wikipedia.

Alegaban que Qatar apoyaba el terrorismo. En mi opinión, utilizaban este eslogan para ganar la simpatía y el apoyo de Occidente, especialmente sensibilizado con esta cuestión.

El primer día, la población se encontraba conmocionada, casi no podíamos creer lo que se escuchaba y leía en prensa. La noticia era de tal envergadura que parecía una broma y no, no lo era. La ciudadanía, alterada, salió a comprar víveres y para llenar las despensas. El susto inicial que se sintió los llevó a vaciar supermercados. Neveras y pasillos de comida eran despejados más rápido de lo que se podían reponer. La propagación de esto por redes sociales retroalimentó la situación. Y no, no faltó comida ni agua en el país, pero se vivieron unas horas de incertidumbre.

La reacción de las autoridades resultó rápida y ejemplar. Lo primero que hicieron fue calmar a los ciudadanos. Si cundía el pánico, la situación sí sería crítica. Tanto gobierno como empresas privadas comenzaron a gestionar nuevas vías de importación de alimentos y reforzaron los puntos de venta para reponer tan rápido como se compraba. El segundo día Qatar recuperaba la normalidad.

El Gobierno anunció penas para los centros de venta donde se incrementaran los precios de los alimentos básicos. En paralelo, se promocionaron los productos locales, que resultaron ser muchos más de los que imaginábamos. Turquía e Irán enseguida se convirtieron en países exportadores.

Un empresario qatarí compró cuatro mil vacas a Estados Unidos y Australia. Fueron necesarios sesenta vuelos para traerlas hasta aquí. Las instalaciones están listas para alojarlas y comenzar la producción de leche. Esta iniciativa fue muy comentada y la producción local -no solo de alimentos- comenzó a ser promocionada y apoyada.

Fueron muchos los países, como Turquía, que se posicionaron abiertamente. Pidieron a nuestros vecinos que acudieran al diálogo y manifestaron su apoyo hacia Qatar.

Kuwait emprendió labores de mediación. Omán se mantuvo neutral. Para mí estos dos países le tendieron una mano a Qatar. Creo que lo fácil habría sido unirse a los que han bloqueado esta pequeña península. Y, por cierto, en ese caso este país se habría quedado todavía más atrapado desde el punto de vista geográfico.

Transcurrieron varios días. La vida -en pleno Ramadán- seguía su curso. El Gobierno trabajaba sin descanso. Las empresas, tan hermanadas con nuestros vecinos, gestionaban la situación con brillantez.

Qatar Airways demostró de nuevo su grandeza. Ningún vuelo podía volar desde Qatar a los países de la coalición ni viceversa. Tampoco sobrevolar su espacio aéreo. Estamos hablando de territorios pequeños comparados con otros países. El tránsito aéreo entre Doha y Dubái, por ejemplo, era continuo, con un vuelo cada pocas horas, todos los días. Para volar hacia Occidente, marcaron dos rutas alternativas, bordeando Saudi por el Norte o por el Sur. Cuando se hacía por arriba, todavía se rodea más para evitar el espacio aéreo de Siria e Irak. No existen restricciones por parte de estos países, pero en la política de Qatar Airways se incluye no sobrevolar estas zonas, como medidas de seguridad.

Las noticias se sucedían por momentos. Saudi y Emiratos anunciaron penas económicas e incluso de prisión para quien realizara comentarios de apoyo a Qatar, incluyendo las redes sociales. Y me consta que no era broma. El amigo de un amigo mío fue deportado a España por sus comentarios en Facebook. En paralelo, Qatar emitió un comunicado que propagó por todos los medios: no insultar ni faltar el respeto a los países vecinos, a sus ciudadanos ni a sus líderes, para mantener los valores culturales y religiosos.

En este país existen muchas familias mixtas, qataríes casados con bahreiníes, emiratíes y saudís. Según sus países de origen, estos debían volver. ¡¿Querían separar a las familias?! Y, además, ¡hacerlo en pleno Ramadán! Qatar anunció que no tenía inconveniente en que se quedaran dentro de su territorio y recordó el valor de la familia para los árabes. Porque, para más conmoción, esta situación se estaba dando en Ramadán. No dábamos crédito.

La acusación de apoyo al terrorismo sigue en pie, pero la coalición no ha mostrado pruebas o evidencias de ello.

IMG_1483Desde el primer día ha surgido un movimiento espontáneo por parte de la ciudadanía para apoyar el país y a sus gobernantes. Desde las redes sociales hasta las imágenes del Emir, que aparecen en coches privados, establecimientos y hasta en las fundas de los móviles para manifestar su apoyo.

Un artista qatarí, Ahmed bin Majed Almaadheed, creó un retrato del Emir, Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani, que enseguida se convirtió en viral y símbolo del apoyo a Su Alteza.

Por primera vez la población qatarí y los expatriados hemos sido uno. «One nation» ha sido uno de los eslóganes que se han popularizado estos días. Han aparecido vídeos virales, hashtags, frases, eventos y todo tipo de manifestaciones públicas.

La reacción ha sido en ambos sentidos. Por una parte, la población reconoce la brillante gestión del gobierno. Si bien en muchas ocasiones hemos sido críticos con los líderes de este país, es justo reconocer su labor ante esta situación tan compleja. Desde el otro lado, el país se ha dado cuenta del apoyo de «su pueblo», incluyendo a los expatriados en ese grupo. En situaciones como esta te das cuenta de cómo la unión hace la fuerza.

download

Numerosos líderes de opinión, “bloggers”, “influencers” y personajes públicos han tomado un rol muy activo dentro de la situación. Mi favorito es Khalifa Salah junto a su equipo de I love Qatar. Era seguidora de sus vídeos e información y ahora me quito el sombrero ante el trabajo que están desarrollando y por el alto rigor que denotan. Por su compromiso con la información, el por el respeto y la sensibilidad con la que tratan el tema y por su cercanía a los seguidores. Este joven empresario hace años que comenzó una serie de trabajos con los que intentaba unir locales y expatriados. Nos acercaba su cultura, sus tradiciones y su manera de vivir el Islam. Todo ello, desde la cercanía y el sentido del humor. Desde que comenzó el bloqueo está desarrollando un papel importante como informador y promotor de la unidad. Toda mi admiración y respeto para él.

Tras muchos días de negociaciones, la coalición ha anunciado una lista de trece medidas o exigencias para Qatar. No son realistas ni se pueden llevar a cabo. La que más impacto ha causado es la petición de cerrar Al Jazeera. En una declaración pública, Giles Trendle, director general de la cadena, expresó cómo esta medida está fuera de lugar y que sería como si Alemania le pidiera a Gran Bretaña que clausurara la BBC.

Bien es cierto que existe un entramado político que se nos escapa del entendimiento (por lo menos a mí). La situación es realmente compleja y el desenlace, todavía desconocido. A nivel diplomático y político se puede hablar de un antes y un después en la historia de la región. Existe una sucesión de noticias políticas que parecen estar relacionadas con esta coyuntura. Prefiero no entrar en ello porque carezco de la información suficiente para opinar. Pero el entramado es realmente complicado.

A nivel empresarial, se escucha que el panorama va a cambiar notoriamente. Además de sufrir enormes pérdidas (aquí se dice que no las hay, pero resulta obvio imaginar un efecto cuantioso). El caso es que el tejido empresarial se está reestructurando.

Y desde el punto de vista social, que es el que a mí me atañe como ciudadana de Qatar, debo decir que la vida se desarrolla con normalidad y que el país ha reaccionado de manera admirable, tanto por parte del gobierno como de la ciudadanía. Deseo de todo corazón que se solucione pronto pues me siento parte de esta tierra, por el cariño que le tengo a Qatar y porque me parece una situación injusta. We are Qatar.

Banderas.jpg

 

SOLO ESTAR

pazTe has pasado la vida buscando respuestas. A veces, con mucha ansiedad. Has perseguido enigmas, anhelabas entender, descifrar, saber en qué consistía esto de estar aquí. Más de treinta años te ha costado de camino. Y ahora parece que se silencian. Llega la calma. Te serenas, respiras, te quedas quieta. Sigues respirando. Con parsimonia.

Y resulta que no sabes muy bien dónde estás, pero que tampoco quieres saberlo. Ese motor de tu vida que era buscar un sentido está detenido. Y tu vida sigue, sí. Es mejor así. La serenidad impera los días. Quizá sea un poco exagerado, quizá quede un rescoldo de aquellas acuciantes preguntas. Pero es poco o muy poco comparado con lo que fueron.

¿Y ahora qué? ¿Qué buscar? ¿O qué hacer, si no es buscar? No te confundas, no has llegado a la cima. Pero has escalado mucho. Desde luego, no estás en el punto en el que comenzaste. No hay impulso, pero tampoco encuentras desidia. Más bien es una calma, un estar sin más. Paz por dentro.

Lo demás se ha convertido en secundario. ¿En qué trabajar? ¿Dónde vivir? ¿Con quién caminar? En tus momentos de lucidez ves cómo estas inquietudes son nimiedades. A veces, sí, te pierdes en el frenesí del día y crees que esas cuestiones son la vida. Pero en la plenitud de tu soledad y con la perspectiva que te proporciona la calma ya conquistada, sientes que son detalles.

Las preguntas grandes ya no pesan. No han desaparecido por completo, pero se han reducido tanto que ni siquiera te hacen cosquillas. A veces, incluso, te aburren. Esas que durante tantos años te atormentaron, te acuciaban por las noches y te amenazaban con sus grandes zarpas. Aquellas que te hacían llorar y te acorralaban, perdida y desorientada.

Se han ido.

Y no sabes muy bien cuándo ha sucedido. No puedes marcar una fecha. Sabes que ahora no están. Más que marcharse, se han ido desinflando con los años, con los pasos y con el sufrimiento que ellas mismas provocaban. Ojalá pudieras huir, te planteabas tantas veces, pero no resultaba posible. Te encontraban siempre. Lograste escapar durante temporadas. Algunas duraron años. Pero ellas volvían. Porque eran grandes y todavía pesaban. Porque querían imponerse y doler. Causaban angustia.

Y se han ido.

No las echas de menos, más bien sientes extrañeza al pensarlo. Pero si no lo piensas, tampoco recuerdas cuánto dolieron. Porque ahora hay paz. Solo eso. Reposo, quietud, calma. Tus mayores deseos, aunque secretos, consitían en obtener las respuestas. Alcanzar la verdad. Saber. Y no has llegado a saber. Esa es la respuesta. Quizá. Que no la hay. Y que no la necesitas. No sientes frustración, no te sientes decepcionada. No has llegado a ninguna meta ni conquistado ningún jalón. Simplemente estás. Eso es todo.

Ellas no te permitían estar. Pesaban, pesaban y te ahogaban. Te sofocaban la vida. De vez en cuando, huías y te dedicabas a cuestiones secundarias de la vida como las que hemos nombrado antes. Trabajo, relaciones, lugares. Desconectabas de ti para desconectarte de ellas. Y lo hacías porque no lo podías soportar. Tal era su tamaño.

Ahora no están. Se han ido. En su lugar hay calma, tranquilidad. Sosiego. Y tú sigues caminando. Sin ansia, sin prisa. Más bien, solo estando. No te preocupa cuántos pasos queden, ni por dónde se marquen. Eso es secundario.

Tú solamente estás.

DESDE LAS TRIPAS

20161217_123326Hace tiempo que escribo desde las tripas. Ya no lo hago desde la cabeza, a veces ni siquiera desde el corazón. Escribo desde las tripas. Cuando el cuerpo me lo pide y conforme lo noto por dentro. Sin estructurar mis textos, sin pensar. Cuando lo hago, cuando pienso, le corto las alas, no le dejo fluir y una censura aparece desde mi intelecto. Así que no sigo horarios ni disciplina. Escribo cuando tengo la necesidad física, que suele situarse más o menos en mi estómago. Y a veces, también en mi garganta. 

Para que tampoco suponga un desatino y darle al texto un poco de sentido, luego reviso y es ahí cuando busco el sentido común y le pido a mi cerebro que trabaje un poco. Ya de paso, que se ejercite, porque a este paso se me va a olvidar cómo se piensa. 

Mis mejores textos han salido de dentro, con escritura mecánica, sin pensar, volcando en palabras lo que había en mi estómago, en mis entrañas. Me sentía preñada de palabras. A veces sonaban y resonaban. Tan fuerte, que hasta las escuchaba. Sin juzgar, era esa la condición. Y salían con fuerza, como si tuvieran vida propia. 

Muchas veces me he tenido que levantar de la cama y ponerme a escribir y solo así he sentido liberación, catarsis, desahogo… ¡Paz! Si esto me hubiera ocurrido con mis diseños habría llegado a ser mejor arquitecta, pero… ¿qué le vamos a hacer? No es algo que yo haya elegido, es más, si tuviera que escoger una disciplina, tomaría la arquitectura, que llegados a estas alturas de la película, parece la más sensata. 

El caso es que a veces necesito escribir, que mis mejores textos han salido de dentro y que desde hace un tiempo lo hago cuando y como lo siento, supeditada a las órdenes de mi propio cuerpo. Hay quien dice que la creatividad consiste es ser un canal, que nosotros somos meros transmisores y que la obra viene de más arriba. De Dios, según algunos, del subconsciente, para lo más agnósticos o incrédulos. 

Ese estar conectada a mi cuerpo físico es un proceso que sigo o persigo desde hace tiempo. Lo tenía olvidado. Había desoído mi instinto, mi intuición y mis propias necesidades. Solía vivir más centrada en los otros dos cuerpos que son la mente y las emociones. 

En esta sociedad tan racional e intelectualizada, casi todos usamos la cabeza más de la cuenta. Y pensar está bien, pero a veces hay que parar. En primer lugar, por salud y por higiene. Tantos pensamientos y esa actividad cerebral tan frenética están ocasionándonos muchos perjuicios. 

¿Y la emoción qué? Pues esta es mi eterna amiga-enemiga. De los tres cuerpos, el emocional ha sido el que más ha empujado en mí. Tanto que ha veces no he pensado y no he escuchado mi instinto. Empiezo a ser consciente de cuán emocional es mi comportamiento. A veces no puedo evitarlo. En otras, ni tan solo lo quiero. Pero ahora lo veo. Tomo conciencia de ello y noto cómo ellas tiran de todo mi ser. Si el instinto estaba en la tripa, las emociones estaban arriba, un poco más arriba de mi cuerpo y ahí es donde yo me movía. Demasiado arriba. Por eso estoy aprendiendo a pisar el suelo. Y poco a poco lo voy consiguiendo. Tanto, que ahora escucho mi propio cuerpo y estoy en contacto con él. Por eso escribo desde ahí. No siempre surgen buenos textos, pero no pasa nada. Son para mí. Ya no publico todo. Por cierto, cuando mis amigas me preguntan que por qué no escribo durante un tiempo yo les explico que lo que no hago es publicar, pero casi siempre escribo. Y como ya no tengo tanto entusiasmo por compartir, pues algunos textos me los guardo para mí sola.

Y así me hallo. Escribiendo desde el estómago. A veces, incluso, desde más abajo. Lo hago cuando el cuerpo me lo pido y tecleo lo que hay dentro. Luego ya lo revisaré para pulirlo un poco. Me gustaría saber desde dónde creas tú. Sí, todos creamos. Si no en el trabajo, en otras disciplinas de la vida. ¿Desde dónde lo haces? ¿Desde la cabeza, pensando el proceso, buscando el resultado y organizando la estructura? ¿Lo haces desde la emoción, como me moví yo durante tantos años, elevándote hasta el cielo y cayendo luego hasta los infiernos? ¿O lo haces desde las tripas, siguiendo un instinto, una intuición y sacando lo que llevas en las entrañas?

¿EMPRENDO O POR CUENTA AJENA? ¿QUÉ DICE MI FAMILIA?

grande1Hace años asistí a un curso sobre FOT, que significaba “familia de origen del terapeuta”. Y yo no soy terapeuta, pero me gustaba este tipo de talleres, los disfrutaba y, a veces, hasta aprendía algo. Pues bien, en el curso nos dimos cuenta de muchos aspectos de las familias como conjunto, como sistema. Y los ejercicios nos dieron información sobre la nuestra propia. Además de lo aprendido en aquellas jornadas, desde entonces he mantenido el hábito de descubrir más sobre mí y sobre mi familia por comparación. Y las charlas con mis amigas y las conversaciones sobre cómo se hacía esto o aquello en casa, arrojan luz sobre muchas cuestiones. Como por ejemplo, y es sobre lo que quiero reflexionar hoy, el tipo de trabajo más deseable.

En mi casa siempre se ha valorado el emprendurismo, casi por definición. Y así crecí yo, pensando que era mejor trabajar uno por su cuenta, ya sea creando una empresa o siendo autónomo que hacerlo por cuenta ajena. Con el tiempo he descubierto que, como en todos los campos, no existen verdades absolutas y que nada es mejor que otro algo por definición. En la vida todo es relativo… mucho más que relativo.

Después de haber vivido una crisis inmobiliaria como arquitecta freelance, bendigo mi situación actual en la que soy una asalariada, con el poco riesgo que ello implica. Como mucho, puedo perder un puesto de trabajo (o abandonarlo yo misma). Sobre todo, ahora que en Oriente Medio estamos en recesión económica y que el futuro inmediato –como siempre- es incierto. Pero bueno, no quiero extenderme con esto, que no es del todo el tema.

Lo que quiero compartir es que en otras familias se valora un contrato o una situación que aporte “estabilidad”, siendo el estado más deseable un funcionariado. Sí… este es el deseo desde el amor de muchos padres. Y si no puede ser, un contrato con una empresa grande, sólida. En caso de que haya una oveja negra en este tipo de familias y a dicha persona le dé por emprender, los otros miembros tratarán por todos los medios de hacerle desistir y desanimarlo con este proyecto. ¡Es arriesgado, peligroso, inestable! ¡Desiste!

Descubrir esto me hizo darme cuenta de que no hay una opción “buena” sino diversos puntos de vista que dependen, principalmente, de la experiencia de cada uno en la vida. Y en la que también influyen los valores que haya mamado en su familia de origen.

Y todo este rollo, ¿para qué? Pues solo para preguntarte qué se valora más en tu familia, el ser emprendedor a toda costa o una supuesta estabilidad que aportaría un contrato indefinido. En segundo lugar, ¿esto concuerda contigo?¿Está alineado con tu Ser? No con lo que aprendiste de pequeño, sino con lo que sientes desde dentro. Por otra parte, ¿tu experiencia confirma o desmiente lo aprendido?

Y por último, solo una conclusión: que no hay opciones mejores ni peores. Es imposible desembarazarnos de nuestra herencia genética y sistémica. Pero sí podemos ser conscientes de ella. Veámosla y arrojémosle luz. Y después, tomemos conciencia de lo que a nosotros nos pide el cuerpo de verdad. Y esto, además, hay que conjugarlo con las circunstancias y particularidades de cada momento, que no siempre ponen el camino fácil. En todo caso, seamos conscientes de lo que hemos heredado y tengámoslo en cuenta, pero que no nos condicione.

REENCUENTRO CON LAS CLASES DE EDUCACIÓN FÍSICA

pabellon101Ayer tuve un reencuentro con una parte de mi pasado que permanecía olvidada. Las clases de educación física. Yo era la niña gordita que siempre llegaba la última corriendo y que sufría terriblemente con esta asignatura.

Ayer iba a ir a nadar, pero mi amiga Chelo me convenció para asistir a una clase de fartlek. Ella la había descubierto la semana anterior porque la sala de zumba estaba llena. Por lo visto le gustó y la rebautizó porque eso de fartlek nos sonaba raro, no podíamos pronunciarlo y, además, no sabíamos ni su significado. Para ponerlo fácil, Chelo lo rebautizó como entrenamiento militar.

En primer lugar, descubría una nueva zona del edificio deportivo: las pistas. Que eran cubiertas, claro, pero pistas al fin y al cabo y nos recordaban a un espacio abierto. Eran lo más parecido a un exterior que podemos encontrar en este clima del desierto que nos ofrece Qatar en verano.

La clase comenzaba corriendo. Dando vueltas alrededor del patio. Yo estaba de buen humor porque iba con mi amiga y hasta hablábamos un poco. Pero el anclaje emocional fue inevitable. Vinieron a mí todos esos años de sufrimiento en las clases de educación física. De llegar la última al correr. De aprobar por los pelos y –según los profesores- por el esfuerzo. Los siguientes ejercicios me llevaron a recordar tantas horas en el patio del colegio, cuando yo no entendía por qué a mis compañeros les gustaba esa asignatura. Además de ser una niña gordita, era físicamente torpe. Me costaba todo. No hacía deporte ni era amante del ejercicio. Nunca jugaba a pillar porque siempre venían a por mí y yo ya nunca conseguía alcanzar a nadie.

Aquello fue frustrante para aquella niña. No suspendía las pruebas de velocidad por holgazana, sino porque mi cuerpo no podía más. No era amiga de los deportes de equipo. Era lenta corriendo y me daba miedo la pelota. Y también, la agresividad del equipo contrario.

Ayer, durante el entrenamiento, me di cuenta de que pasaba desapercibida. Realizaba los ejercicios como una más. Cuando corríamos yo estaba por el medio e, incluso, me sobraban fuerzas para haber ido un poco más rápido.

Llevo unos doce años realizando deporte más o menos con regularidad (lo del más era en España y lo del menos, en Qatar, que a veces lo pone un poco difícil). Ya no soy físicamente torpe. Me veo dentro de la media. Y el sentirme tan dentro de esa sesión de entrenamiento me hizo reencontrarme con aquella niña. Solo pude abrazarla por lo que ella pasó.

En algún momento de mi vida adelgacé. Pero yo siempre seguí sintiéndome “una gorda”. Esto es algo muy íntimo y aunque parezca que lo expongo con facilidad, mientras escribo estoy sintiendo tristeza y pudor, me está suponiendo gran un esfuerzo. Ese pensamiento, esa etiqueta, ese adjetivo que se fundía con mi persona, pesara lo que pesara, ha seguido persiguiéndome desde entonces. Pese los kilos que pese.

De niña, cuando no tenía amigos creía que era porque estaba gorda. Cuando no me hacían caso los chicos que a mí me gustaban, también, porque estaba gorda. Estuviera como estuviera. E, incluso a veces –porque todavía queda algo- esté como esté. Ese “ser gordo” es una creencia muy profunda. Y por desgracia, está muy generalizada. Y una no “está gorda” en las caderas, en el culo o en la tripa. Una está gorda en la cabeza. Es un pensamiento muy profundo, irracional y se adhiere con tanta fuerza al concepto que esa persona tiene de sí que ni siquiera te das cuenta.

Tengo que reconocer que la sociedad me ha dado una tregua en este país. Por lo visto mi cuerpo aquí se asemeja mucho más a los putos cánones de belleza establecidos que en Europa. El dress code no permite enseñar cacho ni marcar curvas. Quizá esto me haya ayudado a recuperar una sana autoestima, a la que todavía le queda camino por hacer, pero que sí ha dado muchos pasos. Y ya sé que la autoaceptación no tiene que venir de fuera sino de dentro, pero si mi contexto, en los últimos años me ha ayudado, pues bienvenido sea.

No sabía que iba a terminar así estas líneas, que me traería hasta aquí ese reencuentro con las clases de educación física. Y para no acabar con un sabor amargo, quiero terminar nombrando a un profesor que tuve en el instituto los dos últimos años. Salva, que era genial y que nos hizo a todos adorar sus clases. Es más, yo entrenaba por mi cuenta para sacar mejores notas porque estaba motivada. Con él ¡hasta aprendí a hacer el pino!

 

CONTRADICCIONES

Contradicciones

  • ¿Tú te sientes culpable cuando bebes alcohol?
  • Sí. Para que lo entiendas: la culpa en el Islam es igual que la culpa católica, provocan el mismo sentimiento.
  • ¿Entonces, por qué lo haces, por qué bebes? Podrías evitarlo…
  • Sí, pero salgo con mis amigos y me tomo unas cervezas, forma parte de mi vida social, de mis hábitos. Me divierto, no sé, me gusta…
  • Entonces te contradices. Lo que piensas que tienes que hacer y lo que haces no están alineados. Tienes una contradicción interna…
  • Todos tenemos contradicciones. El mundo está lleno de ellas, forman parte de la vida.

¿De verdad todos tenemos contradicciones? Bueno, la respuesta es prácticamente sí. Pero mi pregunta es si esto debe quedar así. ¿No sería mejor que lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos esté alineado? ¡Cuidado! No estoy juzgando ningún comportamiento,  es solo que esta reflexión la he tenido a partir de aquella conversación con mi amigo, al que le gustan las cervezas. No valoro a nadie… ¡Dios me libre!

Lo que quiero decir es que las contradicciones no son saludables. Si pienso que no tengo que comer esto o aquello y lo hago, albergo una lucha interna. O acepto que tomo esa comida aunque no es saludable o dejo de comerla… o vivo con una tensión en mí. ¿Podemos alinear nuestros valores con nuestros actos? ¿Ser flexibles, quizá? ¿Indulgentes, tal vez?

¿Son acaso los tengo que y los debo de los causantes de muchos de nuestros malestares? Nos los estamos causando nosotros mismos, por cierto. Sí, bueno, quizá ciertas circunstancias o influencias externas nos han llevado a crearnos esas pautas de pensamiento que a veces, en lugar de ayudar, pueden llegar a convertirse en un encorsetado deber. Y quizá nos perjudique más seguirlas, cual obediente esclavo, o no hacerlo y dejarse arañar por la culpa que el beneficio intrínseco de lo que llevamos a cabo.

No tengo muy claro dónde está la línea entre la autoindulgencia excesiva y la severa autodisciplina. No lo sé, aunque me imagino que la clave está en la flexibilidad y en la ecuanimidad.

Como único alivio me queda lo que aprendí en los cursos de PNL sobre lógica paradójica, como la llamaba nuestro maestro Bernardo. Al contrario que la lógica aristotélica, en la paradójica podemos integrar polaridades, cuestiones opuestas. Podemos ser algo y no serlo a la vez. Allí aprehendí que yo soy ordenada excepto cuando no lo soy. Así de fácil y nos cargamos la contradicción. O mejor dicho, la angustia que nos puede generar la contradicción.

¿Podemos integrar las contradicciones? ¿Puedo aceptar que es malo fumar y aceptar al mismo tiempo que estoy disfrutando de este cigarrillo? Entonces, si aceptamos e integramos… ¿desaparece la culpa? ¿Puede ser algo una cosa y la contraria a la vez? ¿Y este hecho podemos tomarlo, aceptarlo e integrarlo?