Archivos del mes: 31 julio 2011

¿Te gusta cambiar?

Dicen que los perros se parecen a sus amos. Yo digo que las casas se parecen a las personas que las habitan. Piensa en la tuya. En concreto haz balance de los cambios que has llevado a cabo en los últimos años en el salón, en tu dormitorio o en cualquier otra zona de la vivienda. ¿Eres una de esas personas que lo mantiene todo como el primer día? ¿O más bien te estimula cambiar los muebles de sitio, pintar con distintos colores o modificar la decoración de la casa por el puro placer de que tenga un aspecto diferente?

No me refiero a los cambios que se llevan a cabo por el deterioro de algún mueble o por necesidades funcionales. Hablo de hacer modificaciones sin que sean estrictamente necesarias. Tampoco me refiero a la capacidad de ser flexibles y adaptarse a las novedades. Más bien estoy pensando en cambios con el único objetivo de tener una estética diferente.

Tengo amigas que cada vez lucen un pelo diferente. Han probado todos los colores, todos los largos, cortos y medianos, los rizos, los lisos y los ondulados. Las personas que disfrutan con estos cambios suelen ser sorprendentes, creativas, originales. Son poco previsibles, tienen una personalidad fresca y son extrovertidos. Está claro que cambiar un salón no es tan sencillo como tintarse el pelo, pero de algún modo se refleja esta atracción por renovar en sus hogares.

Tengo otras amigas que siempre llevan el mismo peinado. Muchas personas, cuando se sienten bien con algo, no sienten la necesidad de modificarlo. Y normalmente son constantes, previsibles (en el sentido más positivo de la palabra), organizadas, perseverantes, metódicas.

Ambos perfiles me parecen interesantes, ¿con cuál te identificas más? Si me escuchara Bernardo, mi profesor de pnl, me recordaría que las personas no “son” y que no es conveniente poner ni ponernos etiquetas. También diría que una persona es cambiante excepto cuando no lo es. Entonces, ahora ¿cómo te sientes? ¿Más bien cambiante o más bien estable? Seguramente en cada momento de tu vida te podrías acercar más a uno u otro perfil.  Y es probable que esto suceda por algo. Creo que sería interesante saber escucharnos. Si no a nosotros mismos directamente, sí a lo que hacemos.

Más allá de los pequeños cambios de estética, puede haber ocasiones en que hacemos algo diametralmente opuesto a lo estamos acostumbrados. Y esto puede ser un síntoma de alguna alteración emocional. ¿Tienes alguna prenda de ropa que no entiendes muy bien por qué te la compraste? ¿Has modificado algo en tu casa y no asimilas por qué lo hiciste? Cuando tenemos conductas realmente extrañas conviene preguntarnos qué nos sucede o qué nos estaba sucediendo en ese momento. A menudo existe una explicación emocional.

Siguiendo con el tema de las modificaciones o de la fijeza en nuestro hogar, sé consciente de que es algo que dice mucho de ti. Es más, ¿dejas cada cosa, de manera metódica en su lugar? ¿Te gusta el orden? O por el contrario, ¿te aburre y prefieres las sorpresas? ¿Usas una organización muy estudiada? ¿O prefieres ordenar “a tu manera”? La forma en que dispongas tu hogar y lo que hay en él dice mucho de ti y puede ayudarte a que te conozcas mejor. Piensa en ello.

El amor en los proyectos…

Se ha escrito tanto y tanto sobre el amor a lo largo de los siglos y en todos los idiomas que cabe preguntarse si todavía queda algo por contar. Pues bien, yo quiero compartir unas líneas con vosotros y lo voy a hacer desde mi experiencia profesional y como observadora. Por ahora sólo contaré vivencias de otras personas. No tengo reparos para hablar de mis propios sentimientos, pero creo que eso ya no tiene mucha relación con la arquitectura. Eso sí, si soy capaz de encontrarla, un día os hablaré sobre mí.

Cuando terminé la carrera empecé a trabajar en el despacho de unos promotores. Hacíamos proyectos para edificios de viviendas. Había tanta demanda de pisos a causa del boom inmobiliario que se vendía cualquier cosa (y cualquier casa). Al estudio nos llegaba una parcela y el trabajo consistía en proyectar el máximo número de viviendas, plazas de garaje y trasteros posibles. Así que nuestra misión era cumplir con la normativa vigente (en el mejor de los casos) y exprimir el solar. No había que tener en cuenta la orientación, las vistas, la calidad de los espacios ni las personas que iban a vivir allí. De no haber sido obligatorio para obtener licencia de obras y, posteriormente, cédula de habitabilidad, habríamos diseñado pisos sin cuartos de baño y dormitorios sin ventanas. Por suerte, sólo estuve unos meses en aquel trabajo. Era horrible. Después de pasar tantos años aprendiendo una profesión tan bonita, acabar dibujando pisos con un calzador. Lo mismo ocurría en la obra. Sólo importaba el dinero. Daba igual la calidad de los materiales, la ejecución de los acabados… todo se traducía a euros. No nos puede extrañar que hayamos llegado donde estamos conforme se estaba haciendo todo.

Como ya he dicho, estuve sólo unos meses en aquel sitio. En aquel momento yo estaba muy disgustada por el tipo de trabajo que había hecho, por el trato que me habían dado mis jefes, por el poquísimo dinero que me habían pagado a pesar de trabajar diez horas al día y firmar proyectos de edificios de viviendas de hasta cinco plantas con más de veinte pisos cada uno. Hoy sé que allí aprendí mucho. Aprendí cómo no se debe gestionar un despacho, cómo no se debe liderar un equipo, cómo no se debe tratar a los clientes y, lo mejor de todo, tuve unos compañeros estupendos con los que todavía mantengo el contacto.

Pues bien, después de aquella experiencia comencé a trabajar por mi cuenta. Empecé a diseñar proyectos para personas, normalmente, viviendas. A lo largo de estos años el contacto con mis clientes me ha permitido ver en muchas ocasiones muestras de afecto y de amor que se plasman en el proyecto. Voy a recordar algunas de ellas.

En un proyecto de vivienda unifamiliar que tengo en marcha uno de los requisitos era que ésta fuera accesible. La madre de mi clienta usa silla de ruedas y ella, pensando en la posibilidad de cuidarla en el futuro, me dio esta premisa. Para ello se ha utilizado más superficie en las zonas de distribución y en los baños, además, se ha proyectado un ascensor. A mi clienta esto no le ha importado, lo tenía clarísimo desde el principio. Yo a esto lo llamo una muestra de amor.

En todas las casas que he hecho para familias han primado los hijos. Desde el espacio junto a la cama para poner una cuna, el tratamiento de los dormitorios de los niños, la forma de las escaleras y las barandillas… Al igual que su mundo giraba en torno a ellos, el hogar también lo haría. En una ocasión hicimos una sala de juegos para los niños en lugar de una oficina para los padres. A mí esto me conmueve.

Muchas veces mis clientes son parejas. Más o menos jóvenes y compartiendo la ilusión de hacerse una casa. Durante las reuniones se sinceran conmigo y se muestran tal y como son. Hay que tomar muchas decisiones y no siempre están de acuerdo. No puedo decir que todas las relaciones sean maravillosas. En ocasiones, incluso, he tenido que mediar entre ellos. Pues bien, aunque no todas sean un derroche de amor, sí lo son muchas de ellas. Y da gusto ver cómo cada uno se preocupa por el diseño de la vivienda de tal manera que el otro será más feliz. Como en una ocasión en la que hice varios bocetos para una vivienda y al final él eligió, no el que más le gustaba, sino el que tenía el vestidor que tanto le había gustado a su novia. Y lo dijo firme y convencido, no resignado.

Pues éstos han sido algunos ejemplos de muestras de amor o de afecto que he observado en calidad de arquitecta. En realidad ha habido muchos más. Cuando se piensa en los espacios más comunes o en zonas más personalizadas, cuando se eligen materiales y no siempre a los miembros de una pareja o de una familia les gustan los mismos o cuando se define cada zona, las decisiones finales suelen tener un componente afectivo. En definitiva, pensar en un hogar como el espacio de una familia es una forma de confirmar esa unidad.

Para terminar voy a recordar el final de la Odisea, cuando Ulises vuelve a casa después de un periplo de más de veinte años. Penélope, su esposa, no lo reconoce y decide ponerlo a prueba para comprobar que realmente es él, así que ordena a unas sirvientas que cambien la cama de sitio, el lecho conyugal. Él sonríe y le dice que eso no es posible. Antes de construir la casa, él mismo talló la cama en el tronco de un olivo y, alrededor de éste, fue donde construyó el palacio.

Antes de un proyecto…

El pasado jueves quedé con una chica que quiere hacerse una casa. No la conocía y nos dimos cita en el solar donde se llevará a cabo la construcción. Este primer encuentro es una reunión muy especial. El arquitecto debe visitar el solar y hacerle una entrevista al cliente para ver qué es lo que quiere. En realidad esa primera reunión es mucho más: es descubrir una persona.

Llegué un cuarto de hora antes para pasearme por la calle donde se ubica el terreno. Para impregnarme de sensaciones, ver el contexto… escucharlo… ¡sentirlo! Intento percibir todo lo que es capaz de irradiar un lugar, tomar nota de algo que siempre hacemos de forma inconsciente. En este caso era una calle tranquila, cercana a la zona céntrica del pueblo en el que se halla. Sin muchos ruidos, sin mucho tráfico. Con la sensación de ser una zona en que todos los vecinos se conocen y se saludan, a pesar de estar en un municipio grande. En esta fase previa al proyecto, recuerdo los consejos de un profesor, que nos advertía de la importancia del nombre de las calles. Si, por ejemplo, encontramos una calle llamada La Rabla, tengamos cuidado con el agua. No era el caso, pues la calle en cuestión hacía homenaje a un fraile franciscano.

Pues bien, después de retener todas esas impresiones, llegó la chica que poseía una parcela y la ilusión de hacerse una casa. Visitamos juntas el solar, en el que todavía quedaban restos de una vieja casa que se va a derribar en breve. Me contó dónde daba el sol en cada momento del día y otras cuestiones sobre el lugar. Después nos sentamos a charlar en una cafetería.

¡Este es el mejor momento! Cuando descubro a la persona que hay detrás de esa cara. Es fácil, al principio te cuentan lo que desean: la distribución, la iluminación natural, la ventilación, la necesidad de hacer frente al calor del verano con el mínimo gasto en electricidad. Yo escucho y anoto en mi libreta. Y hago preguntas. Y sigo apuntando. En ese tiempo extraigo la información que me cuentan y la que no me cuentan. Me gusta saber la profesión, las inquietudes, las aficiones de las personas para las que voy a proyectar una vivienda, el lugar donde van a pasar la mayor parte de su vida, el refugio físico y emocional en el que se sentirán seguros. Su casa.

Necesito estos datos. Al igual que cuando nos hacen un traje toman las medidas de nuestro cuerpo, yo necesito saber cuáles son las de su vida. No me gusta la arquitectura prêt-â-porter, en la que un promotor decide cómo va a ser el hogar de unas familias a las que ni conoce y para ello, se guiará principalmente por parámetros económicos. Yo necesito conocer si comen en la cocina, si les gustan los espacios abiertos, o si necesitan una zona para pintar. Pero más importante aún que eso es descubrir si son personas tradicionales o modernas, si son extrovertidas o introvertidas, si son más o menos sociales, si les gusta salir, si son inquietos o si les gusta cambiar con frecuencia.

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¿En qué contexto?

El pasado domingo fuimos a hacer barranquismo al río Fraile. Nuestro amigo Vicente nos había invitado a pasar un día en la naturaleza con algunos amigos de su grupo del Orfeó. Y así, mi amiga Montse y yo disfrutamos de una estupenda jornada en la montaña junto a un grupo de personas de lo más afable. El contacto con la naturaleza fue lo que hizo aflorar de aquel grupo un espíritu sano, amistoso, lleno de compañerismo y de alegría.

A menudo me pregunto hasta dónde nos influye el contexto en el que desarrollamos nuestra vida diaria y, especialmente, los espacios abiertos. Se suele decir que el carácter alegre de los españoles se explica, en parte, por el sol y el clima del que gozamos. Otro ejemplo que todos hemos experimentado es un centro de ciudad, a hora punta, cruzándonos continuamente con personas apresuradas, respirando el CO2 que emiten los coches y soportando el ruido del tráfico… mejor no rememorar esta situación. Prefiero que sintamos las sensaciones de un contexto más rural, incluso, un día de trabajo, en un pequeño pueblo resulta gratificante.

Cuando un urbanista o un paisajista proyecta un parque, un espacio verde, debe elegir entre distintos elementos en la composición. Al igual que la mayoría de vosotros, soy de la opinión de que las personas nos encontramos mejor en entornos aparentemente naturales. Voy a distinguir dos tendencias distintas: una más natural, que deriva del paisajismo inglés y otra más geométrica, más forzada.

En los países anglosajones existe la tradición de proyectar los parques como vastos espacios verdes, sin límites claros, con formas suaves, sin líneas rectas. Cuando paseas por uno de ellos puedes encontrar estanques de agua con límites poco claros; vegetación situada de un modo aparentemente aleatorio y senderos casuales. Esta tendencia está muy ligada al Naturalismo.

En el otro extremo encontramos la naturaleza “dominada”. Un ejemplo clave son los Jardines de Versalles. Geométricos, regulares. Con cada árbol en su sitio y cada fuente en su lugar. Cuando paseas por ellos tienes la sensación de que todo está controlado. Puedes sentir, todavía hoy, la fuerza de la monarquía absoluta.

En España, sin llegar al extremo de Versalles, tenemos la mayoría de los parques muy definidos. Marcando las separaciones con distintos tipos de pavimento; con unos límites geométricos (a menudos son líneas y ángulos rectos); con láminas de agua rectangulares o fuentes perfectamente circulares.

¡Suerte que tenemos estupendos parajes naturales! Todavía nos quedan lugares donde perdernos, muchos sitios donde reencontrarnos con la naturaleza y, de esta forma, con nosotros mismos.

Por otro lado, si tienes un jardín y piensas trabajarlo, decide cómo lo vas a hacer. No importa que sea pequeño, elige tu opción. Puedes plantar unos tulipanes en fila o dejarlos que nazcan aleatoriamente, y mezclados con otra vegetación. Si tienes un patio y te gustan las plantas, también puedes colocarlas de una forma u otra. Elige tu estilo. Y no tiene porqué ser definitivo. Podemos tener distintos momentos en nuestras vidas. A veces nos gusta tener una sensación de control sobre nuestros espacios (¿y en paralelo, sobre nuestras emociones?) y otras, preferimos que broten y se acomoden como ellos quieran.

Después de esta pequeña reflexión, me propongo y te invito a que te propongas disfrutar de cada contexto en que te muevas. Y, especialmente, de los naturales. Conectemos con la naturaleza. Disfrutemos de cada estímulo: de las imágenes que nos ofrece, de sus aromas, de todos los sonidos que nos regala, incluso, de las texturas y los sabores. Si estamos solos, deleitémonos con nosotros mismos y si estamos en compañía, disfrutemos de ella… ¡yo ya me lo he propuesto!

Parque en Dublín

Jardines de Versalles