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¿Aventura o tranquilidad?

Al KhorHoy hace siete meses que llegué a Oriente y sigo fascinada por esta tierra. Y eso, a pesar del calor, que si ya me parecía difícil en verano a orillas del Mediterráneo, en una ciudad en medio del desierto, se ha convertido en todo un reto.
Y es que esta cultura y esta ciudad están rebosantes de estímulos. Me hacen pensar, me llaman la atención y me enriquecen a diario.
La religión, que es el origen de las costumbres y cultura de esta región sigue atrayéndome. Casi todos los días descubro un aspecto nuevo. Al mismo tiempo, y por contraste, conozco mejor mi cultura, mi religión y las que se supone que son mis costumbres.
Cuando visitas a alguien y entras en su casa por primera vez, te llaman la atención ciertos aspectos de esa vivienda. Y observándolos, sueles caer en la cuenta de cómo son en tu propia casa. A veces aprecias nuevas cuestiones de tu hogar de las que no eras consciente aunque llevaras años viviendo en él.
Si esta casa, en lugar de estar en tu ciudad, se encuentra en otro punto geográfico, las diferencias suelen ser notables. Y si tienes la oportunidad, no solo de ver la vivienda, sino de saber cómo viven sus habitantes, la experiencia es mayor.
Por eso nos gustan los viajes. Cambiamos, visitamos lugares nuevos y diferentes. Dejamos atrás lo que ya no vemos por tenerlo siempre delante. Y necesitamos, de vez en cuando, disfrutar de estos cambios.
Arquitectos o no, a todos nos gusta descubrir nuevas ciudades, visitar edificios emblemáticos (o arquitectura tradicional) diferente a “la nuestra”.

Por otra parte, echo mucho de menos a mi familia, a mis amigos y a mi gente de allí. Y digo “de allí” porque los de aquí ya se han convertido en mi gente. Empiezo a sentirme cómoda y relajada. De alguna manera, habituada a esto. No obstante, esa sensación de estar en casa, ese calor de hogar, es algo que añoro. Y resulta que también nos gusta lo conocido, nuestras rutinas, el confort que nos proporciona sabernos en nuestro sitio. Resulta cómodo y nos proporciona seguridad. Tranquilidad.
Y así nos vamos moviendo, entre los estímulos de la novedad y la placidez de la rutina. Cada uno, más cerca de un lado que de otro. Y también hay momentos en la vida en que nos apetece más vivir aventuras o disfrutar de lo de siempre.
¿En qué punto estás tú ahora? No hace desplazarse físicamente para descubrir novedades. Se puede hacer de muchas maneras. Incluso, realizar apasionantes viajes al interior de uno mismo.
¿Te has sentido últimamente viviendo lo mismo durante mucho tiempo? ¿Acaso has tenido muchas novedades y cambios en tu vida?
¿Te lanzas ahora a buscar aventuras o más bien quieres disfrutar de la calidez de lo que está ahí desde siempre? En todo caso, cualquiera que sea tu elección, ¡vívela!

Heridas

Si nos ponemos a pensar, todas las casas sufren heridas. De mayor o menor entidad. Se puede romper un azulejo, descolgar una puerta, estropear un grifo o cualquier otro desperfecto. Incluso, puede haber incidentes mayores. ¿Los arreglamos de inmediato o no? A veces pasamos años conviviendo con un elemento deteriorado. ¿Te ha pasado alguna vez? Otras veces es imprescindible realizar una reparación.

Las heridas de nuestra casa son fáciles de localizar. Y el proceso a seguir para su reparación suele estar bastante claro. Seremos capaces o no de llevarlo a cabo nosotros mismos. Quizá necesitemos contratar a un profesional para que nos rescate. O puede que baste con comprar un mueble o un electrodoméstico nuevo. Cuando vivía con mis padres nunca se llamaba a un fontanero ni a un electricista. Mi padre lo arreglaba todo. Hasta cuando se estropeaba la tele.

El caso es que cuando algo no funciona lo vemos y procedemos –o no- a solventar el desperfecto. Lo que no tengo tan claro es si hacemos lo mismo con las heridas de nuestra alma. Me he dado cuenta de que todos arrastramos, en mayor o menor medida, daños emocionales. ¿Lo reconocemos? Pues creo que no siempre. ¿Trabajamos para resolverlas? Me parece a mí que pocas veces.

¿Te atreves a hacer un balance rápido? ¿Albergas heridas? ¿O más bien, tienes cicatrices de antiguas lesiones, ya curadas?

Durante una época de mi vida me explicaron, leí o escuché métodos para trabajar dificultades. Yo misma los puse en práctica y me enfrenté a antiguos fantasmas. Me atreví a mirar debajo de la cama o dentro del armario, y allí estaban, mis pesadillas. Reuniendo valor y atreviéndome a mirarles a la cara descubrí que no eran tan grandes como yo creía. O quizá que yo había crecido sin darme cuenta y esos monstruitos ya no tenían tanta fuerza. No la tenían en el momento en que les planté cara porque cuando me tapaba hasta arriba y tenía la luz apagada, los imaginaba enormes.

El caso es que trabajé y superé antiguas heridas. O quizá más que superarlas, las integré a mi vida y las acepté. De ese modo empezaron a cicatrizar.

Y aquí vino lo que yo llamo mi error. Me sentía tan pletórica con estos métodos, la mayoría aprendidos en pnl, que quería que todo el mundo se curase. Y cada vez que estaba con un miembro de mi familia o con algunos de mis amigos, pretendía que utilizaran las herramientas que yo les brindaba y que todos trabajaran sus dificultades. Y me frustraba viendo que no lo hacían. Sus males tenían cura, yo se la enseñaba ¡y ellos no me hacían ni caso! Me resultaba exasperante.

Con el tiempo lo he comprendido. Cada uno elige cuándo enfrentarse a sus heridas. En caso de hacerlo. Porque una decisión puede ser mantenerlas ahí. Al igual que yo viví durante más de un año con una bombilla fundida y otra nueva en un cajón, sin saber cómo se cambiaba. Me acostumbré a no tener luz en el espejo del baño y así estuve. Feliz y tranquila. Un punto de luz en el techo me bastaba, incluso, para maquillarme. Un día vino mi amiga Carmen, me preguntó que por qué no tenía luz y acabó cambiándola ella. De no ser así es posible que hoy siguiera sin luz en el espejo. Y quizá no habría buscado a una persona externa para que me socorriera. Como mucha gente no busca a un psicólogo o un terapeuta para curar esas heridas que tiene en su alma. Solo ahora he aprendido a respetarlo y a entender que esto es una decisión personal.

Las personas a las que quiero pueden estar tranquilas. Ya no voy a presionar a nadie. Saben que estoy aquí para lo que necesiten o para indicarles dónde pueden acudir (conozco muy buenos profesionales de la salud emocional). Pero esto será solamente cuando ellos lo decidan. Es más, he aprendido que yo misma tengo derecho a dejar algún fantasma en el armario. Ya me enfrentaré a él –o no- cuando llegue el momento.